Durante décadas, las élites culturales, políticas y económicas se esforzaron en inocular una idea venenosa: que quien no pasaba por la universidad estaba destinado a malvivir. En colegios e institutos, el mensaje era claro: si no estudias, acabarás en la obra. Y, por si quedaban dudas, el cine, la televisión y hasta la publicidad se encargaban de repetirlo con desprecio. Convertimos al fontanero en una amenaza, al tornero en una broma, a la soldadora en invisible. Hoy las fábricas en Estados Unidos y Europa buscan desesperadamente manos que no