Durante décadas, Lucia Berlin vivió entre el ruido del mundo sin que nadie prestara atención a su voz. Trabajó como telefonista, enfermera, profesora de secundaria, mujer de la limpieza y madre soltera. Su literatura, sin embargo, ya estaba ahí, esperando. Escribía a mano, con una prosa áspera y luminosa, relatos que contenían más verdad en tres páginas que muchas novelas en trescientas. Pero nadie la leía.