Hay venenos indetectables, que se inoculan poco a poco, con muestras de desprecio, con desdén, con insultos, rencores y expresiones de odio… Hay venenos que se envenenan con la felicidad de los otros y, entonces, se vuelven letales. Felipe Hernández, a punto de cumplir los 65 años, parecía un hombre feliz. Había encontrado una segunda mujer, Toñi, de la que estaba enamorado. Después de un tiempo juntos, se había ido a vivir con ella a su casa. Tenía pensado jubilarse, y cobrar la pensión máxima, después de toda una vida trabajando en la tienda