
Esta semana, en el concurso de microrrelatos de Menéame, nos adentramos en la oscuridad. Bajo el tema «El apagón», os invitamos a hacer un ejercicio de imaginación —o a relatar las experiencias recién vividas— cuando se apagan las luces. ¿Qué ocurre cuando la electricidad desaparece? ¿Qué secretos salen a la luz en medio de la sombra? ¿Qué miedos, qué revelaciones, qué conexiones inesperadas nacen en la penumbra? Tenéis hasta el domingo para enviar vuestro relato, breve pero contundente, capaz de iluminar con palabras ese instante en que todo se detiene.
¿Te has fijado alguna vez en cómo los noticiarios, los políticos o los comunicados de prensa llaman «caso aislado» a lo que ocurre con una frecuencia inquietante? Esta semana en el concurso de relatos de Menéame proponemos girar en torno a esa expresión, a medio camino entre la coartada y el eufemismo. Escribe un relato sobre uno de esos hechos excepcionales que se repiten sin cesar. O, si lo prefieres, entrégate al absurdo y construye un verdadero caso aislado: irrepetible, imprevisible, fuera de toda lógica. El relato es tuyo, el encubrimiento o la denuncia también.
Jerónimo era vidente. Todo empezó cuando tenía apenas seis años y soñó que su padre rompía el retrovisor del coche saliendo del aparcamiento del centro comercial. Cuando esa tarde sucedió, no pudo hacer nada para impedirlo, pero un escalofrío le recordó que su sueño era real.
Con el tiempo, había aprendido redirigir sus visiones: bastaba con pensar intensamente en algo justo antes de irse a dormir para soñar con ello. Le había resultado muy útil, primero con la lotería y luego con la inversión en bolsa. No se consideraba una mala persona y no veía por qué iba a ser inmoral aprovechar su don. Lo que nunca había sido capaz de ver era por qué, cada noche, aparecía una moneda de euro bajo su almohada.
El ratoncito Pérez era vidente.
Siempre que no quiero decir nada más añado puntos suspensivos. Deja en manos del lector rellenar lo que falta , aportar de su cosecha, imaginar como sigue... Si en vez de declarar nuestras lineas rojas, clasificar nuestros supuestos, dar referencias de nuestras fuentes dejáramos en manos del otro algo, y este dejara en nuestras manos un poco más el intercambio de ideas tendría otra dimension. Casi todo se daría por supuesto, y al mismo tiempo podrías alegar eso tan viejo de "ya te lo dije, recuerdas...?".
El punto y seguido hace las cosas interminables, las conversaciones nunca se resuelven, siempre hay algo más que alegar.
El punto y aparte es cortante, violento, demasiado definitivo. Acaba la conversación sin dar una segunda oportunidad
En cambio, los puntos suspensivos... Siempre puedes dejarlos en el aire y que otro los retome... O no
Lo fuimos todo y todo nos pertenecía. Toda la narrativa era nuestra. Todo iba bien hasta que dejó de ir. Escribíamos novelas, tramas enteras loando nuestras hazañas, nuestras capacidades, nuestros logros. Todo iba bien hasta que alguien empezó a leernos y descubrió fallos en la narrativa. Tuvimos que borrar, entonces, algunos capítulos, para acercarnos a más a nuestras imagen real. Dio igual. Había gente que siguió mirando y, claro, siguió descubriendo párrafos que no correspondían a la trama. Es lo malo de escribir: nunca sabes si la ficción se convertirá en realidad. O viceversa. Nuestra historia siguió menguando hasta ser casi unas palabras, unas líneas, algún signo de puntuación.
Alguien entró y me dijo:
-¿Qué tal tu boda nudista en la playa?
-Pues… un poco de lío porque al final tuvimos que llamar a un chamán que llevaba un taparrabos de paja porque dijo que sin eso no…
-Poco nudista vuestro chamán.
-Ya. Y los tíos de mi novia estaban escandalizados.
-¿No les habías avisado de cómo era el evento?
-Sí, sí, claro… Fue por lo del traje de la novia.
-No había, claro.
-Claudia llevaba una diadema blanca en el pelo.
-Qué bonito.
-Y luego Sebastián y sus amigotes tuvieron que echarse al agua varias veces porque…
-Pero si con todo el mundo desnudo es muy difícil que…
-Pero estos están bajo mínimos. Y lo peor es que estaban en la zona de las amigas de mi novia.
-¿Llevaste pajarita al final?
-Sí, una blanca. Pero no me la puse en el cuello… otro lío. No tengo remedio.
André está sentado en su despacho. Sobre la mesa, un gran mapa de Francia. Con un dedo juega torpemente a Candy Crush. La otra mano retuerce su bigote. Llega el consejero.
―¿Lo has pensado bien? ―dice el recién llegado sin saludar.
―¡Nada que pensar! ¡Plan aprobado! Las obras comienzan la semana que viene en el Sur.
―Pues así vais a la mierda… suelta mi puta tablet y escucha lo que te digo.
Siguen discutiendo media hora más. Alzan las voces. Frustración. El consejero se despide para siempre. Por la tarde vuelve a su pequeña habitación alquilada en París y escribe en su dispositivo: «Maginot no se cree que vengo del futuro. Pasa de mí y construirán la línea defensiva. Plan B: a por Adolf».
Pobre consejero. Cien años después, en su época, también crece el fascismo. Y también está enfocando mal su lucha mediante este viaje al pasado.
Eurovisión es ese ritual kitsch que une a Europa una vez al año con lentejuelas, fuegos artificiales y coreografías imposibles. Entre gallos, prodigios vocales y discursos de unidad paneuropea, se cuelan a veces historias que merecen más que un estribillo pegadizo. Esta semana, en el concurso de Microrrelatos, afinamos la pluma al compás del televoto y os proponemos sumergiros en ese universo donde todo cabe: la ambición, la vergüenza ajena, los amores imposibles, las venganzas balcánicas y los votos falsos. Adelante, que empiece el espectáculo.
Esta semana, en Menéame, celebramos el noble arte de desatascar, ya sea cañerías o tramas políticas. El concurso gira en torno a «fontaneros y fontaneras», una figura que, más allá del mono azul y la llave inglesa, ha cobrado protagonismo en las noticias por obra y gracia de una fontanera mu apañá. Ya sea en clave de Mario Bros, de Nixon o de Ferraz, buscamos noticias que huelan a humedad, apaños en la trastienda o goteras institucionales.
Empezó como concurso, con patrocinador planetario. Correctamente gestionado. Pronto tomó vida propia. Dio vía libre a la diarrea verbal de cualquier incontinente, limitada a 150 palabras.
Los administradores, desnudos como el emperador del cuento, parecían negarse a ver lo que era evidente para todos, concentrándose en mirar hacia abajo y obviando que su hijo había tomado vida propia.
El tiempo pasó. La realidad pilló y adelantó a la idea. El patrocinio y el concurso desaparecieron, pero la criatura sobrevivió.
La carpa blanca a las afueras de Biloxi, en un prado cercano al río Tchoutacabouffa y la Interestatal 10, ya anunciaba qué era, no era la primera vez que la veía, pero nunca había entrado.
Pero hoy quería ver qué movía a la gente a entrar ahí, comprobarlo por mí mismo.
Casi repleto al entrar, observé el escenario mientras me sentaba al fondo: una gran cruz en medio, frente a la entrada, todos los oficiantes de blanco, grandes altavoces laterales y un micrófono en el centro, delante de la cruz.
El oficiante principal se dirige al micrófono y empieza a hablar. Primero con suavidad, para ir, paulatinamente, aumentando el tono, más arenga que homilía: una diarrea mental, un vómito de palabras, casi agresivo.
Pero lo curioso era la gente: predispuesta, rendida de antemano, cual ayudante casual de hipnotizador, seleccionado por su predisposición a ser hipnotizado.
No estaban convencidos: estaban hechizados.
Pues el tema de la semana de nuestro concurso semanal de mircrorrelatos, es «Fuego» y por eso a este minitexto le acompaña una imagen promocional de El coloso en llamas. Sed cínicos, irónicos, puñeteros pero sobre todo ingeniosos.
menéame