
El anciano avanzó con pasos vacilantes hacia el muelle. La barca se balanceaba en la neblina, con el barquero inmóvil, la mano extendida.
—El pago —gruñó con voz grave.
El anciano buscó en sus bolsillos. El pago siempre había sido una moneda. Siempre.
—No es suficiente —dijo el barquero, señalando un cartel torcido, apenas visible entre la niebla.
Nuevas tarifas debido al déficit comercial y migración irregular
El anciano sintió un nudo en el pecho.
—Pero… yo… —balbuceó.
—La política ha cambiado —susurró el barquero, con una sonrisa amarga.
Sintió un tirón. Sus recuerdos, su vida, su ser… todo evaporándose. Solo quedaba deuda.
El barquero giró la barca y la empujó de vuelta a la orilla. No había tránsito sin pago. No había descanso sin capital. La orilla estaba llena de almas varadas, atrapadas en una deuda infinita. La eternidad, como todo, ya no era un derecho. Era un privilegio.
Desde que soy director del Museo de Arte Contemporáneo, no puedo evitar la tentación de enfrentar siempre a mis conocidos a la más descarada pieza: Pixel, un punto solitario en un vasto lienzo blanco. A su lado, un díptico expone una diatriba pretenciosa, delirante e intrascendente sobre su «profundo» significado. Me regodeo indicando su obsceno precio de mercado, invitándoles a dar su sincera opinión. Nadie se aventura a denunciar que el emperador está desnudo.
Julia, en cambio, lo vio claro. Era una técnica habitual entre los millonarios para inflar artificialmente el valor de una obra, en connivencia con marchantes y críticos. Una vez madura la estafa, se donaba a una galería amiga y se obtenía una desgravación fiscal de hasta el 50% de su supuesto y disparatado valor.
—La elusión fiscal, en efecto, es todo un arte —concluyó.
Sonreí en silencio. Punto para ella.
¿Qué clase de vida es ésta donde la pérdida del primer domingo de enero me pesa como si llevase una montaña a las espaldas? Honestamente, es la vida del hámster que hace girar la rueda soñando con el próximo platito de pipas. Sabe que la rueda no lleva a ningún sitio, y que el sabor de las pipas es infinitamente mejor en su cabeza que en la realidad. Sabe que cuando las engulla les sabrán rancias. Pero lo idealiza para ir subsistiendo. Por eso me duele tanto perder el platito esta semana.
Cuando llegué al despacho me informaron de que Juan había sufrido un ictus y estaba en la UCI. Los demás debíamos empollarnos contrarreloj sus expedientes para hacerle los juicios de la semana. Pobre Juan ¿Afortunado Juan? Tengo que cambiar de vida antes de acabar como él. De este verano no pasa. Y esta vez va en serio.
Mis dos abuelos murieron hace mucho. Como ya he contado alguna vez, uno era falangista y otro de la CNT, lo que a ellos no les impidió ser buenos amigos y a mí aún se me nota, por herencia, en demasiadas ocasiones.
Además, uno era agricultor y otro ganadero, dos oficios, como se sabe, enfrentados desde la prehistoria.
Pero entre tantas diferencias, había una similitud que los unía: las vacaciones.
Para cualquiera de mis dos abuelos, las vacaciones eran algo incomprensible, casi mágico, tan producto de la modernidad como la luz eléctrica, los coches y la televisión. Los dos habían trabajado desde niños, con más o menos ahínco, con mejor o peor fortuna, pero sin disfrutar otra forma de asueto que los días festivos.
¿Vacaciones? Claro hombre, cuando las vacas no coman. No te joroba...
Por eso, entre otras cosas, nadie se quedó en el pueblo.
Ha sido un amargamiento tener que trabajar este segundo domingo de enero. Como es costumbre me levanté temprano y me preparé para ir al centro comercial pensando en la pereza de día que me esperaba. ¿Por qué tengo que trabajar cuando todo el mundo está de rebajas? Es injusto. Maldito sea el que consciente o inconscientemente pensó que era buena idea trabajar los domingos, solo porque lo demandan los clientes.
Llegué pronto y me dirigí a la cafetería a pedir un doble expreso que me ayudará con la agotadora jornada laboral que me esperaba. Sentado en una pequeña mesa redonda y mientras empezaban a entrar los primeros clientes me llegó el primer correo a [email protected] con un «dramón» sobre un strike injusto.
Ni siquiera pude ir a Mediamarkt a comprar el ratón que necesitaba, los meneantes ya estaban onfire y requerían todo tipo de justificaciones por mi parte si no quería que me llevaran al Tribunal Internacional de la Haya. Allí sentado, con una mezcla de resignación e ira, empecé mi jornada laboral de domingo.
—Hoy da una charla un catedrático que es un crack. Acércate —me dijo mi colega J.
Aquel día no tuve tiempo ni de respirar. Llegué tarde, sin haberme podido informar ni siquiera del tema de la conferencia. Me senté junto a mi amigo justo cuando acertaba a oír:
—…para acabar siendo un compendio de prácticas antidemocráticas, defensa de valores éticamente abominables y sumisión al imperialismo más atroz; un ejemplo de lo que significa dar prioridad a los intereses económicos sobre los Derechos Humanos, blanqueando a regímenes genocidas si se considera necesario e invisibilizando a los ciudadanos críticos. En suma, un espectáculo humillante para los propios europeos, a quienes se somete a intereses extranjeros y corporativos, al tiempo que se les dice que ha sido su propia elección…
—No sabía que el tema era Eurovisión —susurré.
—No. El título de la charla es “La Unión Europea: historia y perspectivas de futuro”.
Raquel cogió otro manojo de pelos y lo tiró al sumidero. Llevaba toda la semana acumulando los que se le caían al ducharse, pero lo que de verdad funcionó fue pelar al perro: esa pelusa fina y grasa había resultado infalible. Abrió una vez más el grifo del fregador para cerciorarse de que no se tragaba ni una gota y llamó a la empresa de fontanería. En menos de una hora enviarían a alguien.
Ya en la ducha, se tomó su tiempo para lavarse y depilarse; tenía que estar perfecta. Recibirle maquillada sería demasiado evidente, el pelo mojado y la toalla enrollada le darían un aire casual y sexy.
Fantaseó cuando llamaron a la puerta. ¿Sería guapo y musculoso? ¿O viejo, gordo y sucio? La segunda opción le gustó aún más.
Al abrir, la rabia y la decepción la invadieron. Era una fontanera.
Herramientas principales de fontanería.
Soplete. Se usa para calentar, soldar o eliminar por calor intervenciones molestas.
Pinzas de presión. Pinzas que permiten torcer o arrancar diversos materiales molestos.
Alicates extensibles o alicates de pico de loro. Se usan cuando hay que llegar a un elemento no previsto con mayor ancho de caudal del esperado.
Llave inglesa. A veces hay que ajustar cada tornillo de la filtración.
Desatascador o chupona. Usado sólo en caso extremo de atasco grave en la cloaca.
Llave grifa o llave de perro. Se usa en casos muy concretos, hay que tener cuidado porque se puede romper la tubería.
Cortatubos. Sirve para cortar un tubo que debe ser soldado a otro o cegado para redirigir el flujo del agua.
Llave de cadena. Se usa para casos extremos de tubos de diámetro especial. Se usa con mucha precaución ya que esa tubería puede contener muchos restos no deseados.
No está en ese rincón
Por más que miro de soslayo
Ni atisbo de emoción
No consigo sino fallo
-=-
La culpa incontrita se oculta
Cuando buscas absolución
Inconscientemente resulta
Demasiada imposición
-=-
Los ojos vueltos hacia adentro
Reflejan cual espejo
La búsqueda de un centro
Que no es más que un reflejo
-=-
Un espejismo vacío
Un espíritu baldío
Un juicio tardío
Un carácter impío
-=-
"Introspección", se dijo a sí mismo, pero sabía que era mentira, que esa revisión interna no era más que una pretenciosa tentativa de justificar su maldad, un vano empeño de disculpar su iniquidad, su falta de conmiseración, su alarde de mezquindad, un intento estéril de excusar su inhumanidad.
Era una persona malvada, una mala persona, era consciente de ello, y ninguna introspección le salvaría de sí mismo, ni, peor aún si cabe, a los demás de su vileza.
Ante la tórrida experiencia de los ya habituales cincuenta grados en latitudes impropias, se decidió elegir algún proyecto de geoingeniería. Muchos países suspicaces, ahora no veían otra salida.
Esparcir carbonato de calcio era simple y barato, pero las consecuencias eran imprevisibles. Deflectar parte de la radiación con una sonda era más complejo, pero fácilmente controlable y reversible.
Se decidió afectar el tercio inferior del planeta, porque era mayormente agua y hielo, y compensar a las regiones australes, que pasaron a una eterna noche.
La idea funcionó, pero el clima cambió por completo, como si alguien hubiese girado la tierra treinta grados.
Lo peor, sin embargo, fue ver a escoceses cantando saetas, y sacando en procesión a un William Wallace martirizado.
La saudade polaca también hizo daño, pero no tanto como el reggaeton progresivo alemán.
A su lado, el tango iraní y la cumbia coreana eran hasta soportables.
La carpa blanca a las afueras de Biloxi, en un prado cercano al río Tchoutacabouffa y la Interestatal 10, ya anunciaba qué era, no era la primera vez que la veía, pero nunca había entrado.
Pero hoy quería ver qué movía a la gente a entrar ahí, comprobarlo por mí mismo.
Casi repleto al entrar, observé el escenario mientras me sentaba al fondo: una gran cruz en medio, frente a la entrada, todos los oficiantes de blanco, grandes altavoces laterales y un micrófono en el centro, delante de la cruz.
El oficiante principal se dirige al micrófono y empieza a hablar. Primero con suavidad, para ir, paulatinamente, aumentando el tono, más arenga que homilía: una diarrea mental, un vómito de palabras, casi agresivo.
Pero lo curioso era la gente: predispuesta, rendida de antemano, cual ayudante casual de hipnotizador, seleccionado por su predisposición a ser hipnotizado.
No estaban convencidos: estaban hechizados.
Iba a escribir algo, pero prefiero descansar.
Aquél fue el último beso. Me miró a los ojos sabiendo que no nos veríamos más. No sé si en esa mirada había pena o alivio. Yo nunca quise que todo acabara tan mal.
No aguanté lo que vino después y me ahorqué. Alguien inventó, para denostarme, que había recibido treinta denarios.
No puedo, de verdad, es que no puedo. Yo no soy racista. Sí, sé que lo habéis leído muchas veces, que lo habéis escuchado muchísimas veces pero es que es verdad. Yo no soy racista pero es ver calcetines de ejecutivo y ponerme malo. Sí, lo primero son los puñeteros calcetines de ejecutivo. A mí es que me gusta mirar a las personas de abajo arriba hasta verles el rostro y saber cómo son. Los malditos calcetines no van solo. Miras y ahí está: el pantalón, la camisa, la chaqueta y la corbata. Si es que no falla, joder. Algunos, además, engominados hasta el cielo. No soy racista pero en cuanto veo uno así, pienso: este es de los que me ha jodido la Sanidad; este es de los que hace que mi hijo, a lo mejor, no pueda estudiar; este es de los que dice que mis padres no van a poder tener pensión porque son insostenibles. No falla: habría que colgarlos por los calcetines y ver si son sostenibles o no, no te jode.
Cuando en 2018 Eduardo supo que iba a ser padre, empalideció unos segundos y musitó: "El peor resultado posible", antes de recomponer una sonrisa triste.
Su madre creyó entenderlo: Eduardo nunca había sido una persona paternal y miraba a los niños con una simpática indiferencia.
Su padre creyó entenderlo: Que fuesen a ser gemelos era algo que trastocaría la ya maltrecha economía familiar de su hijo.
Su mujer creyó entenderlo: Que la amniocentesis apuntase a trastornos cromosómicos de los fetos era algo que hasta a ella le aplastaba el corazón.
Pero sólo Luis Vallejo, el proctólogo que hacía años había diagnosticado su infertilidad, lo entendió del todo.
Rebuscando en el bolsillo del pantalón los 55 céntimos que cuesta el café, el pasillo largo, vacío, son las 7;45 de la mañana.
De camino al despacho de informática, dando sorbitos al café, se agradece que aún no haya gente por los despachos y/o pasillos, porque, seamos sinceros, nos jode mucho que nos llamen según vamos de camino a algún sitio, pero nos gusta que nos pongan cara de pena porque el PC les va lento y nos pidan a ver si podemos hacer algo, porque en el fondo, somos unos narcisistas excelsos.
8:03, toca el teléfono, el comentario se escribe solo "ya empezamos, pues pronto", una voz tenue, temblorosa y desconcertada al otro lado...
"Informática, dígame"
"hola, mira, soy la secretaria de Don fulano"
"Dime, en qué te puedo ayudar"
"Verás, es que esto está muy raro, todos los iconos del escritorio tienen el mismo nombre"
"¿Cómo?, eso no puede ser"
"¿Verdad?, pero te juro que todos se llaman igual".
"Déjame que me conecte", dame tu ID, lo tienes en la pegatina en el ordenador..."
"97658-02"
Después de unos instantes, en el monitor de soporte aparece la pantalla remota, y efectivamente, todos los "iconos" tenían el mismo nombre y la misma extensión, excepto un readme.txt. Con la confusión por cerebro, al abrir readme.txt, aparece un texto en inglés que viene a decir "Has sido infectado por el Ramsonware xxxx, sigue la siguiente URL para saber más y como recuperar tus archivos".
Podría haber sido un martes cualquiera, pero ese día, se desató el Armagedon en una de las empresas estratégicas nacionales y que sumió en un desconcierto total la logística de este país durante unas cuantas semanas.
Tayanna debía morir. La multitud se arremolinaba junto al templo en un esplendoroso día, mientras miles de fervorosos siervos aguardaban con asombro y curiosidad.
Todas las miradas estaban fijas en Guatemoc, que alzaba un gran cuchillo de obsidiana al cielo, y estaba engalanado con su traje ritual y sus mejores plumas.
Pero Guatemoc no podía bajar esa escalera.
Las especias sagradas y las bayas litúrgicas habían obrado un infierno en su interior, que ahora se derramaba por sus muslos y sus piernas.
Abajo esperaban los cuatro sacerdotes estirando las extremidades de la pobre Tayanna sobre el techcatl, la piedra ritual.
Tayanna debía morir, para conmover a Tlaloc y atraer las lluvias.
Pero Guatemoc no podía bajar esa escalera.
Le había llamado «Roberto». Con el timbre infantil de su senilidad había vuelto a confundirle con su hermano. «Yo, que tantos años te sirvo y nunca te desobedecí», rugía con mirada de ira bíblica mientras le retiraba la cuchara de la boca. «Roberto está preso», le recordó, aunque sabía que en vano. Delante tenía a un hombre confuso y en retirada.
Roberto llevaba doce años en Puerto I. Era la última y la más larga de las miserias que había traído a ese borrón de familia. Y él, el abnegado, el que escribía sin torcer sus renglones, cumplía condena desviviéndose por un padre que no le reconocía.
Tanto quería ver a su hermano de vuelta. ¿Era esa su última ilusión? Se preguntó mientras luchaba por aflojar la tensión de sus brazos. No entendía cómo pudo haber paz en la casa del hijo pródigo, ni cómo su padre se aferraba al vacío de lo cóncavo, a lo ausente, con ese afán.
Sentía la garganta atorada con todos los reproches que fermentaron en sus sacrificios, su soledad y sus noches de hospital. Sus manos no querían responder. Solo podían apretar el cuello.
La parte izquierda del cerebro me estaba creando tensión en la parte derecha. Lógica, analítica, y sobre todo siendo "un pesao". La parte derecha andaba a por uvas, como siempre.
-Que me dejes, que no se me ocurre nada que escribir de lo de la mierda esa de Eurovisión.
-Bueno, tú mismo has dicho que esto era un juego... un entretenimiento.
-Ya, sí, pero estoy con otras cosas ahora, déjame en paz.
-Cinco minutos, venga, y así concursas. Y te relajas de todo lo otro que andas escribiendo.
-Bueno, vale. Terror. Comedia. Drama. Documental. Bah... no sé. Ni idea. Hay buenos escritores en el foro.
-Acuérdate cuando Eurovisión era un concurso de cantantes.
-Odio las competiciones y lo sabes. No hay nadie mejor o peor, hay personas. Hay cantantes.
-Piensa en el lío de Israel este año.
-No hay mucho que pensar en eso, hemisferio pesado, es lo que hay.
-Venga, bah, ponte a pensar de esa manera que haces tú en tu lado.
-Déjame tranquilo. Mira, te doy un titular mental: La vida es dura y luego te mueres. ¿Te vale?
-No sé, esperaba algo más de tu lado.
-Y yo del tuyo, pero las bombas siguen las leyes de la gravedad.
Imparsifal y Horas se han tomado vacaciones, el tema de esta semana es el de la semana pasada, no se ha designado vencedor de ella, y los usuarios siguen mandando relatos sobre un tema posiblemente caducado.
Pero yo también me tomé vacaciones la semana pasada. Vacaciones de un concurso con el que no tengo ninguna obligación formal, pero sí una autoimpuesta, un compromiso adquirido, una querencia natural: la de enviar cada semana un relato. Porque me gusta, simplemente.
Y, sin embargo, mi cerebro no me "avisó", no se acordó de los microrrelatos: tenía una actividad más absorbente, más deseada, un viaje en ciernes, un encuentro en perspectiva, y eso borró la escritura de mi mente. Curioso, ¿no?
Y, cuando vuelvo, abandono, desolación. Igual es sólo que tenía que pasar, que mi abandono era contagioso, era un síntoma, era el preludio de…
En cualquier caso, fue bonito mientras duró.
Cuando era pobre odiaba enero y la putas facturas de la calefacción. Odiaba las calles frías, y los charcos que empapaban los calcetines a través de zapatos rotos. Odiaba las iglesias, a las que iba a estudiar los domingos, cuando cerraban las bibliotecas. Odiaba las miradas de las chicas que no eran para mí, de los niños que no eran mis hijos ni mis hermanos, ni mis sobrinos, ni mis vecinos siquiera. Odiaba sobre todo los mohínes de las viejas a las que no podía llamar abuela.
Cuando era pobre, odiaba a la ciudad entera, porque para eso están las ciudades cuando creciste en el campo.
Ahora, llega enero, y sólo odio el calendario. Porque entonces era joven, joder. Entonces era joven.
Cuando te haces viejo entras en el negocio de la vida menguante, y hasta el odio se reduce. Hay que joderse...
Con 5 añitos ya decía palabrotas e insultos a mis compañeros de clase.
—Qué gracioso. Son más grandes sus palabras que él mismo.
En primaria quitaba el bocadillo a los empollones.
—Cosas de niños. Deja que se apañen entre ellos.
Con 13 años me sancionaron 4 semanas sin jugar la liga con mi equipo de fútbol infantil por agresión a otros jugadores.
—Es competición. Hay que tener ambición e ir al límite o no llegarás a nada.
Malas notas, fiestas, peores compañías. Alguna que otra pelea de bar.
—Todos hemos cometidos errores de juventud. Hay que vivir la vida.
Mis dos tíos en el cuerpo me ayudan a prepararme las oposiciones para Policía Nacional.
—Tradición familiar. Servirá para enderezarte y que aprendas disciplina.
Después del ascenso a Inspector, me pillaron en un chanchullo con un par de conocidos camellos de la ciudad.
—Bueno… un caso aislado.
«Concéntrate en el punto —le dijo la voz interior con la que había dialogado durante su interminable naufragio—. No lo pierdas de vista ahora que, aunque insignificante, has logrado ver ese lugar en el que terminan todas las cosas. El final de tu deriva en el cosmos de las ideas está en ese punto categórico. Todas las palabras que has dejado atrás, las historias a la espera de desenlace, los axiomas que aún no son teorema, las noticias en curso, quedarán selladas cuando llegues a él. Mantén un rumbo firme y una velocidad constante. No aceleres el vehículo de tu pensamiento ni apresures tu llegada; no quieres aproximarte al punto girando sin control, arriesgándote a quemarte en la densa atmósfera del final. Hay que llegar a él con la paciencia del primer día, disfrutando del viaje, sabiendo que, más tarde o más temprano, la novela estará terminada.»
-Lo siento, pero es imposible mantener los árboles, no hay presupuesto- espetó el técnico de Jardines.
Los vecinos ya se temían esa postura del Ayuntamiento, estaba canino y se resistía a gastar ni un euro en "cosas inútiles". Pero, muy al contrario, eran imprescindibles.
-Más lo siento yo: esa respuesta es inaceptable. Los árboles del barrio están casi todos muertos por su negligencia, y su sombra es más que necesaria- dijo el portavoz vecinal.
-Bueno, bueno, lo primero es mirar cómo están los que quedan. Vamos…
Salieron del local comunitario, en Julio, a mediodía, sol de justicia, hacia el primer árbol todavía en pie. El técnico, sudando la gota gorda, se sitúa bajo su sombra.
-No, hombre, venga al sol, con nosotros: no hay árboles, va cargado con compra y no hay resguardo…
A la semana siguiente iniciaron las labores de replantado y protección de los árboles de la calle.
menéame