A veces basta abrir una red social para notar la presión. No hace falta que nadie diga nada: una cocina recién reformada, un coche brillante, un viaje. No son solo imágenes: son recordatorios de lo que “deberíamos” tener. Y sin darnos cuenta, empezamos a medir nuestro bienestar con el reflejo de los demás. Según Morgan Housel, autor de ‘El arte de gastar dinero’, el deseo de estatus es una forma de servidumbre moderna: nos endeudamos no por falta de dinero, sino de autoestima.  
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Me contaron de uno que se compraba siempre el calcetín con la mejor relación calidad precio y luego los echaba todos al cajón sin mirar nada más. Todos iguales, pero de colores distintos. Cuando se los tenía que poner elegía dos al azar y cuando alguien le preguntaba por la diferencia a él se la sudaba. Había encontrado el método más rápido y eficiente, dejando fuera de la ecuación lo que pensaran de él.
No todo el mundo tiene las mismas motivaciones… lo del estatus y el respeto gracias a lo que compras a algunos nos suena muy ridículo.