Concurso de microrrelatos de Menéame
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Demasiadas Galateas

La fina lluvia nocturna sobre el cristal reflejaba el led intermintente de la Sex Station 9, mientras intentaba descargar de la red oscura un pack con las mejores felaciones de la década, para instalarlas en el robot de termopiel. Pensó en desistir y pagar por el pack en OnlyFarts, la última vez le colaron un fichero corrupto manipulado por la SGAY que sobreescribía el límite de succión, y aún sentía escalofríos al recordarlo. También fue el orgasmo de su vida, para qué negarlo…

-         Fichero incompleto.

Cerró un par de molestos hologramas publicitarios para centrarse en el archivo.

-         “Robot con la cara de tu prima, máculas en la piel opcionales.” “ Replícate en termopiel para sentir cómo es hacerlo contigo mismo”

-         ¿ Pero qué… ?

-         “Gracias por elegir Selfympaler, desnúdese frente a su 3D cam”

-         No me creo que esté haciendo esto

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Menudos cachondos

Con cierto regocijo veo que esta semana el tema de los microrrelatos en Menéame se basa en los problemas informáticos. ¡Genial! Es algo de lo que suelo escribir mucho por estos lares. Así que, para inspirarme, procedo a buscar mis viejas anécdotas.

Pero el buscador no funciona.

Como una vez dijo un sabio: "¡A la mierda!"

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El Rescate

Tengo un frío tremendo, las manos entumecidas y una gran sensación de angustia en la cabeza y el pecho. El continuo sonido de las explosiones va alejándose. Es ahora cuando reacciono y estoy gritando de desesperación. Cegado por las luces de los que, supongo, forman el equipo de rescate, sigo sin creérmelo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en el mes de enero? Pasivamente, aturdido y desnudo, comienzan a aplicarme calor. Me voy calmando y aceptando la nueva situación. Las celebraciones de invierno y sus regalos estarán tan cerca de mi cumpleaños que éste quedará diluido. Comparativamente perderé patrimonio durante años. Me ponen en la teta un rato. Es agradable. A dormir.

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Ese día comenzaba el verano

Uno de los sirvientes clavó la estaca en la arena reseca. Tuvo que tumbarse para asegurarse de que la marca de profundidad estaba justo a ras del suelo. El otro esclavo sujetaba una plomada mientras el maestro, a unos pasos de distancia, observaba para asegurarse de que aquel palo apuntaba al cielo.

Esperarían hasta mediodía bajo el calor aplastante de Ra. Precisamente ese día, cuando más abrasaban sus rayos. La sombras menguaban con parsimonia. El esclavo de la plomada miraba preocupado: la medida no iba a ser la misma que en Alejandría y todo el trabajo habría sido una pérdida de tiempo. Con el sol en el cénit la sombra de la estaca finalmente desapareció. Se escondió, como encogida dentro de la madera. El esclavo de la plomada no entendió por qué el maestro Eratóstenes se alegró tanto de haber obtenido el peor resultado posible.

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Introspección

Introspección

No está en ese rincón

Por más que miro de soslayo

Ni atisbo de emoción

No consigo sino fallo

-=-

La culpa incontrita se oculta

Cuando buscas absolución

Inconscientemente resulta

Demasiada imposición

-=-

Los ojos vueltos hacia adentro

Reflejan cual espejo

La búsqueda de un centro

Que no es más que un reflejo

-=-

Un espejismo vacío

Un espíritu baldío

Un juicio tardío

Un carácter impío

-=-

"Introspección", se dijo a sí mismo, pero sabía que era mentira, que esa revisión interna no era más que una pretenciosa tentativa de justificar su maldad, un vano empeño de disculpar su iniquidad, su falta de conmiseración, su alarde de mezquindad, un intento estéril de excusar su inhumanidad.

Era una persona malvada, una mala persona, era consciente de ello, y ninguna introspección le salvaría de sí mismo, ni, peor aún si cabe, a los demás de su vileza.

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Una charla entre magos

Acudió un día Duncan a buscar a Rutger, el Gran Mago de Hoveland, y lo encontró abatido y apesadumbrado.

—¿Qué te pasa? —le preguntó, pues eran buenos amigos.

—Que he descubierto que soy un necio. Mira.

Y le hizo descender por una larga escalera hasta que llegaron a una lóbrega habitación donde el mago tenía encadenados tres espectros.

—¡Agua!, ¡agua! —gritaba el de la derecha.

—¡Agua!, ¡agua! —gritaba el de la izquierda.

—¡Agua!, ¡agua! —gritaba otro más en un rincón.

—Parece que sufren el mismo mal, ¿no es así? —preguntó el mago a su amigo.

—Lo aseguraría —repuso Eric.

Pues uno es el fantasma de un hombre que murió en el fuego, otro murió de sed, y el tercero es el fantasma de un hombre que murió en la riada del año pasado.

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Ojos de fuego

Lo vio jugar en el suelo, rodeado de coches y monstruos invisibles. Su hijo. Con calcetines desparejados, rodillas amoratadas y el alma intacta.

Desde el sofá, lo observaba en silencio. El niño caía al suelo dramáticamente, se levantaba riendo, gritaba explosiones. Todo en él era ahora.

Y entonces, se sintió viejo.

No por la edad, sino por la distancia entre ese juego y su memoria.

Pensó en quien era antes. En cuando salía sin rumbo, dormía poco y soñaba mucho. Cuando amaba con rabia y lloraba sin vergüenza.

Cuando tenía hambre de vida.

Ahora tenía responsabilidades. Era predecible.

Y eso dolía más de lo que admitía.

Su hijo levantó la cabeza y le miró fijamente. Le brillaban los ojos, como si el mundo ardiera en ellos. Como si no conociera el miedo.

Tragó saliva.

No extrañaba la infancia, ni el tiempo.

Lo que de verdad echaba de menos…

eran esos ojos de fuego.

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El cazador

La última vez que hubo electricidad fue hace ya años. Esa noche en que todavía funcionaba todo malgasté unas horas leyendo un libro. Los días siguientes fueron primero tranquilos, luego tensos, finalmente caóticos. En el betún espeso de la noche se oían alaridos, bramidos de destrucción, risas desquiciadas. Animales salvajes que habían sido ciudadanos salían a desatar una agresividad primitiva y eufórica. Cuando las baterías y antorchas improvisadas escasearon pocos arriesgaban a salir de noche, salvo para quienes la oscuridad era indiferente: los ciegos. Se instauró entonces un justo equilibrio. De día la ciudad era territorio de caza para los dotados de vista y los invidentes se escondían en agujeros. De noche campaban estos últimos, que acometían ágiles en plena negrura. Nos cazaban como a conejos. Entendí que para comer era más fácil cazar a muchos que a pocos y cambié de bando. No me importó mucho arrancarme los ojos.

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Una maratón con sombras (Valdesuei)

A sus cincuenta años seguía siendo tan competitivo que, por recomendación del cardiólogo e imposición familiar, había decidido rivalizar únicamente contra sí mismo.

Se acabaron los piques, las pataletas y la autoexigencia.

Con el pistoletazo de salida activó el pulsómetro y fue recorriendo los primeros kilómetros según los tiempos establecidos.

Si algún corredor le sobrepasaba, respiraba profundamente, contaba hasta cinco y continuaba a su ritmo.

Al girar una curva para encarar la última recta, el sol que estaba en pleno ocaso se colocó a su espalda proyectando una descarada sombra que le adelantó sin ningún tipo de miramiento.

Herido en su orgullo, no estaba dispuesto a dejarse vencer también por ella.

—Estoy compitiendo contra mí mismo—Se justificó para esprintar, con el corazón latiendo como una batucada en pecho y sienes.

No fue capaz de alcanzarla, y entró tan cabreado que pasó toda la semana en penumbra para no ver a su desvergonzada sombra.

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De bien en mejor

Con 5 añitos ya decía palabrotas e insultos a mis compañeros de clase.

—Qué gracioso. Son más grandes sus palabras que él mismo.

En primaria quitaba el bocadillo a los empollones.

—Cosas de niños. Deja que se apañen entre ellos.

Con 13 años me sancionaron 4 semanas sin jugar la liga con mi equipo de fútbol infantil por agresión a otros jugadores.

—Es competición. Hay que tener ambición e ir al límite o no llegarás a nada.

Malas notas, fiestas, peores compañías. Alguna que otra pelea de bar.

—Todos hemos cometidos errores de juventud. Hay que vivir la vida.

Mis dos tíos en el cuerpo me ayudan a prepararme las oposiciones para Policía Nacional.

—Tradición familiar. Servirá para enderezarte y que aprendas disciplina.

Después del ascenso a Inspector, me pillaron en un chanchullo con un par de conocidos camellos de la ciudad.

—Bueno… un caso aislado.

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Cuchufleta

-Hasta las narices-, pensó.

Tener un hermano importante, famoso, casi como una estrella de cine, con su imagen ampliamente conocida en el mundo entero, era curioso, por decirlo suavemente. Estaba contento por él, por supuesto, y orgulloso de él por sus logros, pero también le quedaba ese poquito de resquemor, ese "por qué él y no yo", aunque las razones fueran más que evidentes: no tenía su nivel ni por casualidad.

Pero lo que más le dolía eran las burlas contra él. Vale que no tenía la capacidad de su hermano, que había redefinido la Física desde una triste oficina de patentes, y tampoco había recibido un Nobel ni le habían propuesto ser Presidente de Israel, pero ser médico no estaba mal, aunque esa circunstancia, junto a la fama de su hermano, ayudase en las chanzas.

-Hasta las narices-, se repitió Frank, -lo de "monstruo" se tiene que acabar-.

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Lo cóncavo y lo convexo

Le había llamado «Roberto». Con el timbre infantil de su senilidad había vuelto a confundirle con su hermano. «Yo, que tantos años te sirvo y nunca te desobedecí», rugía con mirada de ira bíblica mientras le retiraba la cuchara de la boca. «Roberto está preso», le recordó, aunque sabía que en vano. Delante tenía a un hombre confuso y en retirada.

Roberto llevaba doce años en Puerto I. Era la última y la más larga de las miserias que había traído a ese borrón de familia. Y él, el abnegado, el que escribía sin torcer sus renglones, cumplía condena desviviéndose por un padre que no le reconocía. 

Tanto quería ver a su hermano de vuelta. ¿Era esa su última ilusión? Se preguntó mientras luchaba por aflojar la tensión de sus brazos. No entendía cómo pudo haber paz en la casa del hijo pródigo, ni cómo su padre se aferraba al vacío de lo cóncavo, a lo ausente, con ese afán.

Sentía la garganta atorada con todos los reproches que fermentaron en sus sacrificios, su soledad y sus noches de hospital. Sus manos no querían responder. Solo podían apretar el cuello.

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Salvación y condena

Fui detenido sin indicios concluyentes, aunque algunos rastros parecieron apuntar hacia mí. Aquel crimen abominable revolvió a las gentes de manera sorprendentemente unánime. El mendigo más abyecto y los próceres aristocráticos, todos querían verme ejecutado de la forma más envilecida. Deseaban terribles penas, profanar mi cadáver después, borrarme para siempre.

Me anestesié en la desesperanza y deseé que todo fuera rápido. La última sesión del juicio se llamó a un testigo inesperado: mi hermano, hombre admirado, insigne, adorado. Era la antítesis de mí, un despojo en el taburete del acusado. Su declaración fue escuchada con silencio devoto. Sus palabras, que parecían humildes, dejaban empapar la seguridad en mi absoluta inocencia. Todo cambió cuando bajó del estrado.

 La sentencia fue absolutoria. Esa noche, en su casa, me sentí agradecido hasta las lágrimas, bendecido por verdadero amor fraternal. Él me miró con ojos comprensivos y me dijo:

-         Pero fuiste tú, ¿verdad?

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Fontaneros y fontaneras

Raquel cogió otro manojo de pelos y lo tiró al sumidero. Llevaba toda la semana acumulando los que se le caían al ducharse, pero lo que de verdad funcionó fue pelar al perro: esa pelusa fina y grasa había resultado infalible. Abrió una vez más el grifo del fregador para cerciorarse de que no se tragaba ni una gota y llamó a la empresa de fontanería. En menos de una hora enviarían a alguien.

Ya en la ducha, se tomó su tiempo para lavarse y depilarse; tenía que estar perfecta. Recibirle maquillada sería demasiado evidente, el pelo mojado y la toalla enrollada le darían un aire casual y sexy.

Fantaseó cuando llamaron a la puerta. ¿Sería guapo y musculoso? ¿O viejo, gordo y sucio? La segunda opción le gustó aún más.

Al abrir, la rabia y la decepción la invadieron. Era una fontanera.

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– Borrón –

Como cada día, Violet hizo sus abluciones matinales, tomó un poco de mijo con miel, que la mantendría hasta el mediodía, y se puso a ello, a escribir, su pasión, su motivo de vivir: inventar historias, contar cuentos, crear personajes…

Pero últimamente, dada la situación, estaba escribiendo sobre lo que acontecía en su país, en su ciudad: cada vez la asustaban más esos uniformes oscuros, esas voces autoritarias, ese odio en los ojos.

Así que se sentó, tomó su pluma, la afiló un poco, la mojó en el tintero y se puso a ello:

-"La situación es insostenible, la represión…"

Dio un respingo en la silla: lo que acababa de escribir tenía una mancha de tinta encima. Se frotó los ojos:

-La pluma está mal…- pensó

Agarró otra, vuelta a empezar. De nuevo, comprobó con horror, sus palabras eran sistemáticamente tachadas. De repente, unos golpes en la puerta:

-¡Abra, Gestapo!

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El año que viene

Quisiera dar las gracias por este premio a un sintético, el primero en la Historia del Visual-3Dreal en recibir este galardón a mejor actor en todas las categorías. Gracias a los miembros de la Academia por haber entendido el valor de transformar mi cara en la de cualquiera, gracias a la técnica de MimicTM y a los nuevos polímeros de piel que ahora estoy usando. Quisiera dar las gracias también al director H6L35 que supo poner orden en esta historia tan especial sobre el sentido de la vida desde la óptica de nosotros, los sintéticos. “Spoiler”, como decían en el siglo pasado, el año que viene nos llevaremos todos los premios de todas las categorías. Gracias.

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Ve hacia la luz

«El señor Gaona le pide que sea su acompañante». Las palabras resonaban en su mente cuando entró en la habitación. Ahí estaba él, ya sedado y conectado al sistema de acompañamiento. Lo miró y, por primera vez, le pareció viejo.

Esperó pacientemente mientras el médico la conectaba: «No se preocupe, entre gemelos la compatibilidad es muy alta; su mente se acoplará a la de él y sabrá intuitivamente cuándo volver. Todo listo, cierre los ojos.»

...

Estaba en la playa, con el mar a su derecha y a su izquierda un sendero que serpenteaba paralelo a la orilla; allí la esperaba su hermano. Empezaron a caminar juntos, sin hablar, como cuando eran niños. La luz se intensificaba conforme avanzaban, inundándolo todo de blanco. «Tata, gracias por acompañarme.»

...

Abrió los ojos. Vio la habitación y el cuerpo inerte de su hermano en la cama. Y se sintió sola.

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El viaje del director

Cuando Francis abrió los ojos, una máscara flotante le observaba.

-Empieza el viaje Francis. Será largo y necesitarás ayuda. Por eso puedes llevarte tu bien más preciado.

Francis encontró en sus manos un trozo de latón oxidado. “Oscar al mejor Director”. Y entonces recordó.

Su 20 cumpleaños chupando el repugnante rabo de aquel director que le metió en el mundillo a cambio de placer.

Su amada Sue llorando cuando le exigió acostarse con el productor que podía darle su primera película.

Ron, su detective, que organizó mil montajes para destrozar a sus rivales.

La montaña de vejaciones, insultos y amenazas a los actores que debieron sufrirle. Aquel suicidio.

Las decenas de chicas que se tiró con falsas promesas de un papel.

Y tantas otras cosas…

La noche en que le entregaron el Oscar, algo le decía que, unos años después, la estatuilla sería chatarra, pero sus actos le acompañarían eternamente. 

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Y el ganador del Goya, digo del concurso de microrelatos de esta semana es "Tarifa de última hora"

Tarifa de última hora de Devnull es el texto ganador del concurso de microrelatos de esta semana: www.meneame.net/m/microrelatos/tarifa-ultima-hora

Este es un envío promocionado
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Concentración en el campo

La niña del bikini de rayas era un excelente objetivo, pero no paraba de moverse. A su lado, otros gentiles infantes corrían junto a una pelota, inconscientes del peligro, mientras siniestros lepidópteros albinos bailaban con la muerte.

Caía la tarde vagamente junto a los chopos, y entre cedros líricos intuyó la efigie de un hombre cetrino, sentado junto a una mesa, protegido del jolgorio circundante por una franja de lirios blancos.

 El hombre ya había sido alcanzado por muchos otros, pero eso no pareció importarle, de modo que afinó su puntería, y con un movimiento certero y estudiado, le picó en el cuello.

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Rencor...

Siempre los he odiado. Los gritos de los niños me retumban en la cabeza. El reguetón a todo volumen los domingos me saca de mis casillas, y odio esa peste a colonia barata que deja ella en el ascensor, cuando sale pintada como una puerta.

Nunca los saludé. Nunca me saludaron. Nos bastaba con aborrecernos en silencio.

Y mientras sigo atrapada en esos pensamientos, veo a los niños, sentados sobre una caja mojada en el kiosco, inmóviles, con la mirada fija en los charcos. Con el cuerpo cansado, tomo el cepillo y empiezo a empujar el agua, sin prisa, entre el barro y los escombros. El kiosco está empapado, los periódicos y revistas arrugados por el agua. No hablamos. Llevamos horas así, sin mirarnos siquiera. 

Hoy, solo estamos intentando salvar lo que queda.

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El mito de la caverna de eco

Compañeros, tras la caída de occidente y el fin del Internet anónimo, nos ha costado varios años reunirnos de nuevo, pero por fin estamos todos. El dealer implume de uñas planas, el venado carmesí, el gasterópodo anarquista, el gallino fofó, María la Karmesiana, el hitita cáustico, el noblecito ilustrado, Speedy Rojales, Mundo Taíno, Bello Tinieblo,  el galileo espabilao, el Swarche de Korskr, el proyector estereoideo, Espaciotiempo, el inclusivo de Skyrim, el hijo menor enunciativo, Kentuky Fried Pussy, ofthemanners, y nuestro siempre querido febrero 2031.

Los de siempre, que elijan de qué hablaremos, y el resto tenéis vuestros ladrillos y vuestras lechugas. El que muera a ladrillazos, será cubierto de ceniza.

A quien insulte, nuestro amigo Pax le dará una bofetada. A la tercera bofetada, tendrá que abandonar la cávea, aunque podrá volver con unas gafas de nariz y hablar pitufado.

¡ Que comiencen los juegos del Karma !

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Desde la oscuridad

Junio señalaba en Persia la mudanza del sultán a los palacios de verano. Obligado por la amenaza del alfanje, el pueblo se agolpaba para mostrar sumisión a la comitiva, especialmente cuando el enorme palanquín imperial acarreado por elefantes recorría las calles de Isfahán. Como extranjero también tuve que postrarme y mirar al suelo. Por el rabillo del ojo observé a un andrajoso erguido entre la multitud. Los soldados ignoraron su presencia, nadie parecía verle.

Al alejarse el desfile me acerqué a él con curiosidad. Los harapos que le malvestían despedían un hedor insoportable. Le pregunté por qué se le permitía ignorar la obligatoria genuflexión:

"Soy más poderoso que el sultán. Guardo los secretos de todas las familias. Si la muerte me llegara inesperada, mis mensajeros difundirían la verdad. El imperio desaparecería en horas.  

Soy el que observa y escucha desde la oscuridad de desagües y cloacas.

Soy el fontanero imperial."

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Il cannone

Pezzo carico!

Era casi mediodía y la multitud se agolpaba para ver el disparo del cañón.

Pezzo pronto!

Pero yo solo lo veía a él, radiante de emoción.

Cinque!

Se tapó los oídos.

Quattro!

Se los destapó; ya era mayor para eso.

Tre!

Me miró nervioso y me apretó la mano.

Due!

Volvió la vista al cañón.

Uno!

Abrió la boca, como yo le había explicado.

Per Santa Barbara! Fuoco!

La expresión de asombro dio paso a una enorme sonrisa.

— Mamá, ¿puedes decirles que disparen otra vez?

— No, cariño, pero, si quieres, podemos volver el domingo que viene.

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Una cruz entre los dedos

Llevo la cruz del sufrimiento entre mis dedos desde que tengo cinco años. Vivir ha sido difícil. Hay cicatrices en las manos y escribir con los ojos es un infierno. El infierno de no haber vivido en vida lo que me habría gustado. Hace días decidí no creer en dios y que ningún dios creyera en mí. Miro mis dedos y no hay cruz, no hay dolor. Desde entonces, camino más ligero.

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menéame