La niña del bikini de rayas era un excelente objetivo, pero no paraba de moverse. A su lado, otros gentiles infantes corrían junto a una pelota, inconscientes del peligro, mientras siniestros lepidópteros albinos bailaban con la muerte.
Caía la tarde vagamente junto a los chopos, y entre cedros líricos intuyó la efigie de un hombre cetrino, sentado junto a una mesa, protegido del jolgorio circundante por una franja de lirios blancos.
El hombre ya había sido alcanzado por muchos otros, pero eso no pareció importarle, de modo que afinó su puntería, y con un movimiento certero y estudiado, le picó en el cuello.
Siempre los he odiado. Los gritos de los niños me retumban en la cabeza. El reguetón a todo volumen los domingos me saca de mis casillas, y odio esa peste a colonia barata que deja ella en el ascensor, cuando sale pintada como una puerta.
Nunca los saludé. Nunca me saludaron. Nos bastaba con aborrecernos en silencio.
Y mientras sigo atrapada en esos pensamientos, veo a los niños, sentados sobre una caja mojada en el kiosco, inmóviles, con la mirada fija en los charcos. Con el cuerpo cansado, tomo el cepillo y empiezo a empujar el agua, sin prisa, entre el barro y los escombros. El kiosco está empapado, los periódicos y revistas arrugados por el agua. No hablamos. Llevamos horas así, sin mirarnos siquiera.
Hoy, solo estamos intentando salvar lo que queda.
Pezzo carico!
Era casi mediodía y la multitud se agolpaba para ver el disparo del cañón.
Pezzo pronto!
Pero yo solo lo veía a él, radiante de emoción.
Cinque!
Se tapó los oídos.
Quattro!
Se los destapó; ya era mayor para eso.
Tre!
Me miró nervioso y me apretó la mano.
Due!
Volvió la vista al cañón.
Uno!
Abrió la boca, como yo le había explicado.
Per Santa Barbara! Fuoco!
La expresión de asombro dio paso a una enorme sonrisa.
— Mamá, ¿puedes decirles que disparen otra vez?
— No, cariño, pero, si quieres, podemos volver el domingo que viene.
Solo quería desearos a todos mis seguidores y al mundo en general mis mejores augurios, mis más íntimos deseos de guerra, odio, enfermedad y muerte en estos días de alegría y placer, donde mis cuatro corceles recorren el mundo dispersando la buena nueva. Es cierto que algunos ignorantes se resisten con un cierto y blando interés a ser barridos por la olas de la historia, pero pronto perderán el interés y mucho más, no esperaba unanimidad, e incluso me causan cierta ternura, pero me dura poco.
Sin resistencia pronto seré el rey del mundo y mis generales , a quien ya conocéis , se reunirán pronto para dar la buena nueva, no sin repartir algunas propinas entre la población solo por el placer de hacerlo.
El fin del mundo conocido está cerca. El nuevo será mucho peor de lo que habéis imaginado. Imponentes bombardeos contra tiendas de campaña, cárceles como agujeros negros sin recurso posible, especulación para generar fondos sin límites, deportaciones a países basura por decreto, precios de lujo y sueldos de miseria y lo que es mejor, lo mejor de todo, aplausos, muchos aplausos. Esto si que no lo vi venir.
«El Inútil», así lo llamaba su suegra. Por eso se ofreció para hacer el vídeo.
Parecía una tarea fácil y, de hecho, le llevó menos tiempo del esperado. Solo tenía que entrar en el viejo ordenador, seleccionar unas cuantas fotos y hacer un montaje para el funeral. Todos se emocionarán, algunos incluso llorarían y, lo más importante, se ganaría la simpatía de su familia política.
Acceder al contenido fue sencillo (su suegro había usado una contraseña trivial), pero, al abrirlo, su cuerpo reaccionó de inmediato y tuvo que apartarse para no vomitar sobre el teclado. Eran niños.
Tras el estupor inicial, se obligó a reaccionar. Pensó en cuáles eran sus opciones y en las consecuencias de cada una de ellas. ¿Llamar a la policía? ¿Contárselo a su mujer? No, eso sería demasiado doloroso para ella.
Con pulso firme, formateó el disco duro.
Prefería seguir siendo el Inútil.
Dios, como siempre, iba a lo suyo. Es lo que tiene ser "omni": omnisciente, omnipresente, omnipotente…, que estás a todo pero no estás a nada. Estaba otra cosa, con el tablero de mandos de la Humanidad ahí, desatendido, en automático.
Belce (nombre cariñoso) sabía que su tío era también omnidespistado (es lo que tiene ser "omni", que lo eres en muchas cosas). No levantaba todavía dos palmos del suelo, pero ese tablero… colorines, ruiditos, palanquitas, pantallas… Así que, de puntillas y viendo apenas lo que hacía, alcanzó el único mando al que llegaba, un deslizador, en ese momento desplazado totalmente a la izquierda, y lo movió al centro. Rápidamente se escabulló, temiendo que tito Dios le pillara.
No fue hasta 6 meses después cuando Dios se dio cuenta de que alguien había movido ese deslizador y había apagado el sentido común de la mitad de la población mundial:
-¡¡¡BELCEBÚÚÚ!!! 😡😡😡
Tras siglos de baños de sangre y millones de muertos, no pareció descabellado resolver los conflictos internacionales con un criterio igualmente arbitrario: aquel concurso musical que provocaba simultáneamente insultos y pasiones. Los mismos que lo denostaban se convertían en animales enfurecidos con los resultados del certamen. No había tanta diferencia emocional con una guerra, pero era mucho más económico.
Debía ganar Bélgica. Ese año el manipulador de voto del Mossad sufrió un error de programación y las VPNs israelíes empezaron a desbordar sus propios servidores con infobasura votando por “Tierra de paz”, que interpretaron erróneamente como un ataque del Vaticano. Rusia aprovechó el caos y hackeó el resultado para apoyar a “Jaula para Julia”, un canto a la libertad de expresión. Japón rechazó que los votos estadounidenses para Austria se asignaran a Australia.
Al terminar todo ganó Transnistria, que gobernó con infame mano de hierro de ese 2029 en adelante.
«El señor Gaona le pide que sea su acompañante». Las palabras resonaban en su mente cuando entró en la habitación. Ahí estaba él, ya sedado y conectado al sistema de acompañamiento. Lo miró y, por primera vez, le pareció viejo.
Esperó pacientemente mientras el médico la conectaba: «No se preocupe, entre gemelos la compatibilidad es muy alta; su mente se acoplará a la de él y sabrá intuitivamente cuándo volver. Todo listo, cierre los ojos.»
...
Estaba en la playa, con el mar a su derecha y a su izquierda un sendero que serpenteaba paralelo a la orilla; allí la esperaba su hermano. Empezaron a caminar juntos, sin hablar, como cuando eran niños. La luz se intensificaba conforme avanzaban, inundándolo todo de blanco. «Tata, gracias por acompañarme.»
...
Abrió los ojos. Vio la habitación y el cuerpo inerte de su hermano en la cama. Y se sintió sola.
- A ti te daban el chorizo bueno, y a mí no me daban nada
- Pero qué dices, si eras los ojitos de mamá. A ti te metieron en el ejército, porque eras un balarrasa, y el resto fuimos rectos como una vela por tu culpa.
- Ya, lo dice el rojo, por qué será.
- Aún me debes una Campeona.
- ¿ Una qué ?
- Una gaseosa.
- ¿ Yo ? ¿ De qué ?
- No te creías que supiera resolver integrales con doce años, y te apostaste una Campeona, y la perdiste.
- ¿ Y no te la pagué ?
- Todavía estoy esperando.
- Si no te la pagué sería por algo.
Anselmo apuró el cigarro, restándole importancia a su tímida revancha adolescente, pero a la vez feliz de reivindicarla. Como si tuviera todavía doce años, y no sesenta.
- Mamá no va a llegar al verano.
- Yo de esa señora no quiero saber nada.
- Qué caro le salió aquél chorizo...
Ir de casa en casa, violando la intimidad familiar, te pinta el cuadro social. El marido, que sabe perfectamente como reparar la avería, pero que hace el favor de contratarte; su mujer, que te da a entender que es idiota. Los chascarrillos sobre los vecinos, ignorando el hecho de que la rajada es recíproca. Últimamente, el inevitable chistecito sobre los fontaneros de la política. Se puede saber de qué pie cojean, señalando lo corruptos que son esos, o poniendo el énfasis en el todos son iguales. La enésima visita a las cloacas, solo para reafirmar los prejuicios propios.
No todo es polémico. Cuando piden pagar en b o consejos sobre tangar al seguro, hay consenso. Yo, complaciente, accedo a todo y les sugiero, de forma taimada, que soy de los suyos. En mi interior, me veo reflejado en esos otros fontaneros sobre los que pontifican, honrados mercenarios como yo.
Junio señalaba en Persia la mudanza del sultán a los palacios de verano. Obligado por la amenaza del alfanje, el pueblo se agolpaba para mostrar sumisión a la comitiva, especialmente cuando el enorme palanquín imperial acarreado por elefantes recorría las calles de Isfahán. Como extranjero también tuve que postrarme y mirar al suelo. Por el rabillo del ojo observé a un andrajoso erguido entre la multitud. Los soldados ignoraron su presencia, nadie parecía verle.
Al alejarse el desfile me acerqué a él con curiosidad. Los harapos que le malvestían despedían un hedor insoportable. Le pregunté por qué se le permitía ignorar la obligatoria genuflexión:
"Soy más poderoso que el sultán. Guardo los secretos de todas las familias. Si la muerte me llegara inesperada, mis mensajeros difundirían la verdad. El imperio desaparecería en horas.
Soy el que observa y escucha desde la oscuridad de desagües y cloacas.
Soy el fontanero imperial."
Maldito Enero
mmm
Evitar tópicos
mmm
Maldito Enero
Me rindo
Empezar el año rindiéndome
Enero es tristeza. Es sentir que le has dado a tu vida un giro de 360 grados. Enero son los kilos que cogiste durante las fiestas, o peor: los que no cogistes. Enero es ese fichaje que hace tu equipo por haber planificado mal la plantilla en verano. Es la vigesimosegunda entrega de esos fascículos que empezaste a comprar el septiembre, y que ahora cuestan ocho veces más que el primero.
Enero es cuando empiezas a ahorrar para las vacaciones. Café caliente a oscuras, hielo en la luna del coche y sexo bajo una manta. Conciertos en auditorio, carteras vacías y promesas olvidadas. Niños cansados y adultos apesadumbrados.
Porque enero es como ese resfriado persistente que no se quita, o el olor a leña quemada que impregna la ropa. Sólo queda esperar a febrero y que, a lo mejor o por fin, podramos respirar aire fresco.
Su mirada se perdía en el brillo tornasolado de la ginebra sobre una roca de hielo, lastimada por el último sol de la tarde. Reflexionaba cansado sobre el futuro de Chuekham y Arganzuelham. Sabía que WonderDíaz aún no estaba preparada para tomar el relevo. Sancheto estaba debilitado, pero siempre volvía con más fuerza.
Igualmente caería bajo sus artimañas, como ya lo hicieran Coletalipsis, Facuaman, Thoriol y los Puigdevengers.
Cada vez tenía más aliados, y cada vez más incompetentes.
Sonreía con decepción pensando en El Increíble Feijulk , tan prescindible como los Cuatro Fanáticos.
¿ Quién detendría la era de Oltrón ? ¿ Quién enfrentaría a Errejocker ? ¿ Quien fulminaría a Yollandax ?
Desde luego, ni Danadevil, ni el Capitán Chamartín vencerían a los superrufianos.
Este seguía siendo un trabajo para Supermar…
Ana le dijo a Ángel que se había enamorado de él en cuanto lo vio. Sí, Ángel, estabas en el restaurante, con tus amigas, y me pregunté por qué yo no era una de ella. Allí estaban todas, riéndote las gracias y tú con la mejor de tus sonrisas. Lo demás fue sencillo: tomarme un café contigo, algunos besos, mi cuerpo conociendo tu cuerpo, hasta ser los dos y ser uno. Pasó el tiempo pero ahí me tenías, para todo aquello que deseabas. Imagino que así es el amor. Algunas noches, sencillamente, nos callábamos: tal era ya nuestra complicidad. Una película de cine mudo. Llegó algún problema, algún malentendido. Yo te seguía amando. Pero no encontraba el amor en tus ojos. Ni siquiera era deseo. Pensé, durante un tiempo, en que podríamos haber sido una película digna de un Óscar cuando lo único que llegamos a ser fue un film de sobremesa de Antena 3.
Bailaba la hoja de parra, cimbreando su verdor en la brisa tibia. Su cuerpo, tenso de savia, se ofrecía al sol como un poema desplegado. No temía al viento ni al agua, solo a la sombra que, sin ruido, llegaba.
Y llegó.
Era un susurro en la nervadura, un aliento oscuro que se enroscó en su piel con la ternura de un amante hambriento. No mordió ni hirió, solo se posó. Un roce apenas, un beso clandestino.
Pero el beso ardía.
La hoja quiso temblar, pero su danza se volvió espasmo. Sus venas, otrora ríos de jade, se llenaron de sombras. Su pulso lento se rindió a la invasión callada.
El sol siguió ardiendo, indiferente al efímero contacto.
Y un día, la hoja cayó, cediendo al peso de aquel beso verde que no era amor, sino condena.
La exposición a un veneno genera resistencia. Es un hecho médico.
La joven arreglaba su maquillaje, sacó su barra de labios carmesí. La que usaba en las ocasiones más especiales, aquellas en que un beso sellaba una emoción, un destino.
Regresando al vagón restaurante del Orient Express sonrió. Tanto lujo, tanta decadencia. El tono cobrizo de su vestido resaltaba con las cálidas luces de esa velada.
Un cambio súbito en su equilibrio. El tren tomaba una curva. Unas fuertes manos sujetando su cintura. Su cita mirándola a los ojos, la viril sonrisa derritiendo su alma. Iba a besarle, era el momento. Una sensual mirada. Una boca entreabierta.
Sus labios se fundieron, y las letales toxinas del carmín de labios inundaron la boca de su acompañante. Aturdido, se dirigió a su mesa, mientras ella sonreía. Siempre recordaría ese beso. Ella jamás olvidaba los rostros de sus objetivos.
Otra misión exitosa.
Toda la semana había dejado la casa para “paso de revista” como diría él, “Bien recogida” como diría ella. Jamás le perdonaría que no fuese así.
Esa mañana la duchó, le secó el pelo, la peinó y le puso el vestido que más le gustaba. A decir verdad, le quedaba un poco flojo ya. La dejó acostada sobre la cama hecha.
Ella miraba el techo con su habitual mirada perdida.
Él empezó a recordar. A sus 75 años años había muchas cosas para recordar. Sobre todo, a su hijo, al que una negligencia médica se lo llevó muchos años atrás. “Nunca se olvida, pero se aprende a vivir con ello”. Y su manera de vivirlo era dejar correr una lágrima por su mejilla y a la vez reír recordando la primera vez que recorrió el largo pasillo de éste, su último piso.
Esa risa hizo que ella lo mirara y en ese momento él se dio cuenta de que era uno de esos fugaces momentos en que lo recordaba.
Y la besó… La besó sabiendo que era la última vez que lo hacía…
Fue al comedor. Puso los papeles en la mesa. Hoy hace justo un año de la aprobación de su ingreso en residencia “en cuanto haya plaza disponible”. Puso ese papel en el centro. Las posteriores peticiones y reclamaciones alrededor.
Ocultando el verdadero problema, a la mañana siguiente, ella engrosaría la lista de mujeres muertas por violencia de género.
Ya tenemos tema para esta semana: El peor resultado
Me lo jugué todo a una carta, lo aposté todo a mí mismo. Perdí la vida.
Otra mañana gris amanezco sin ganas de nada. Las mantas me atenazan dentro de la cama, como lo hacen las voces dentro de mi cabeza.
Sus risas desayunando se mezclan con el susurro: "No son tu familia, son demonios invadiendo su cuerpo. Tienes que liberarlos".
Palpo a ciegas bajo la cama y encuentro la caja donde escondí mi destino.
La cara o la cruz, la medicación o el cuchillo.
No soy yo quien lo va a elegir.
La moneda gira por el aire hasta que mis dedos encuentran el frío metal.
Cierro los ojos y cuento.
Tres, dos, uno...
Los mineros del valle de Cabotes, cerca de la frontera con Surinam buscan la codiciada pudretteita entre el barro y los aguaceros tropicales, trabajando de sol a sol por una paga diaria: "Heroína", dice Marcos García Utiel enseñando su boca desdentada. El pago con droga garantiza que los trabajadores regresarán al día siguiente para seguir extrayendo los pocos kilos conseguidos cada mes. La pudretteita permite crear unos circuitos especiales que destruyen todo tipo de baterías modernas hasta en cien kilómetros a la redonda.
-Habrá que ajustar la paga a estos desgraciados, a ver si encuentran ya una veta nueva –dijo entre dientes el encargado de la zona minera, mientras le daba un sobrecito a Marcos.
Marcos se fue corriendo a su choza. Tras inyectarse la dosis diaria comenzó a pensar que mañana encontrarían una buena veta, mañana... Mañana... Maña...
Algunas son raras.
Exóticas, cargadas de microbiota, perfectas para alimentar orquídeas y hongos azules. O antiguas y herméticas como un sepulcro. Muertas por la sal, yermas para la vida y fructíferas para la belleza y la contemplación. También hay tierras que se alargan; pasas sobre ellas y te ven pasar, sembradas de álamos y lavanda.
Algunas son extrañas, irradiadas. La tierra que mató al granjero de Hirosima luego lo envolvió en su lecho. Y, con el tiempo, hubo un perdón, y de aquel abrazo atómico brotaron otras plantas, y nacieron otros granjeros.
Y a todas puedes amarlas.
Pero hoy han venido a decirme que la tierra que se escurre entre mis dedos no es mía. ¿Te imaginas, después de tantas generaciones? Replico, pero nadie escucha. Luego, sin más explicación, hay una descarga, y entre mis dedos la tierra se ha licuado y ahora es roja. Y luego nada.
Me gustan los viajes espacio-temporales a lugares desconocidos. Aterrizar sin saber dónde me encuentro ni qué me espera.
Había estado en tierras extrañas, pero ninguna como aquella.
Recordaba mi visita a Egipto, cuando la gente adoraba a Ra, el Dios del Sol. Sin embargo, aquí la devoción era todavía mayor a un dios material e insignificante.
Si alguien estaba solo, lo normal es que estuviera postrado ante Él, con la cabeza inclinada.
Los agricultores en lugar de mirar al cielo para ver el tiempo, lo miraban a Él.
La adoración era tan grande que, los niños lloraban y los jóvenes enloquecían, si no le rendían pleitesía una media de cinco horas diarias.
No había sacrificios humanos como cuando viaje a Machu Piccu, pero de igual manera le entregaban vida en forma de tiempo.
Al regresar, comprobé que mi destino había sido el año 25 después de la IA
menéame