Despierto sobresaltada y boqueando, con el corazón estrellándose contra mis costillas. Espero muda, quieta, los ojos abiertos en la oscuridad implacable. Entonces vuelvo a oírlo. Otra vez, claramente, el ligero quejido del bebé. Otra vez no, me digo, otra vez no. Deseo, ilusa, que esto sea todo, poder recostarme, taparme con las mantas, dormir, no saber. Pero el quejido crece al otro lado de la enorme casa. Lejos, tras el primer recodo del pasillo, se convierte en un llanto rabioso, una pataleta de frenéticos golpes. Allí algún objeto...